Instituto Romairone, el lugar donde se comparte la misma búsqueda

El Instituto musical Romairone tiene 16 años de vigencia. Son numerosos los estudiantes que han pasado y pasan por sus aulas. Bajo la mirada de Spinetta y Charly García, Chicho Romairone, su fundador, y su hijo cuentan algunos de sus secretos.

En el Instituto Musical Romairone todo será instrumentos, cuadros, imágenes, canciones, anécdotas y nombres. Foto: Gentileza Romairone.

27 de Abril de 2024 17:26

No sería original si digo que ingresar al Instituto musical Romairone es ingresar a un planeta hecho por y de música. Ni bien uno cruza la puerta de entrada y ve la primera de las aulas, una foto de Ramiro Romairone abrazado al Flaco Spinetta adelanta el camino por venir. “Yo estuve muchas veces, pero muchas veces con El Flaco, pero nunca me animé a pedirle una foto”, confesará Fernando “Chicho” Romairone, creador y fundador del Instituto, y también padre de Ramiro.

A partir de ahí, todo será instrumentos, cuadros, imágenes, canciones, anécdotas y nombres de gente muy grossa del mundo de la música. Con todo eso, más el mate y algunos silencios, los Romairone cuentan su historia.

“Todo empezó en Matheu e Independencia. El primer piso arriba de la ferretería. Eran dos o tres salas, una partida al medio para poder tener también una oficinita. Cinco profesores, algunos pocos alumnos, muchas ganas y mucha incertidumbre”, comenzará diciendo Chicho Romairone. Corría el año 2008 y la cantidad de alumnos particulares que tenía pedía más espacio y otros tiempos. “Siempre tuve la idea,
pero era difícil tomar la decisión. Sin embargo, había que hacerlo y lo encaré”, agrega.

- ¿Alguna vez te arrepentiste?

- No, nunca. El segundo año estuve por dar de baja todo, pero dije: “Voy a seguir un poco más”, y acá estamos. Creo que eso pasa en todo emprendimiento. Siempre pasa algo que te hace replantear todo, la economía del país, los alquileres, y nosotros encima con la música. Las diferencias la pagan los padres de los alumnos, entonces es muy difícil tomar algunas decisiones.

Ramiro es también profesor en la escuela y siente un profundo apego por ella. Ante la pregunta, sostiene que, “En las reuniones con los demás profesores siempre hacemos hincapié sobre la suerte que tenemos, la suerte de poder vivir de esto, porque estamos viviendo de la música y eso es para valorar”.

De ese primer espacio se mudaron a uno un poco más grande en la intersección de Santa Fe y Roca. Luego, entre el 2010 y el 2011, a un lugar muy cerca de donde están ahora, luego Matheu e Irigoyen hasta recalar en la actual sede de Entre Ríos 2930 que cuenta con varias aulas más, espacio para compartir entre los y las estudiantes, patio, una barra, un escenario y todo enmarcado por retratos inspiradores que van desde Gardel, David Bowie, los Beatles, hasta Spinetta, entre otros, y mucha magia.

El trago más amargo fue en la sede de Santa Fe. Un robo hizo que perdieran casi todo lo que tenían. Ambos lo recuerdan con tristeza y con muchos detalles. El dolor se nota, la amargura y la impotencia también. Nunca pudieron recuperar nada. “La escuela había empezado a sumar profesores, aulas y alumnos. Fue un robo “groso”, fue un palazo bárbaro. Ahí nos replanteamos de nuevo todo. Nos robaron
baterías, guitarras, todos instrumentos caros”, describe Ramiro.

Chicho agrega más detalles, “Era martes al mediodía. Yo corté 12.30 para ir a un ensayo y volver a las 14.30 que venían los  primeros alumnos. Él llego primero y encontró todo abierto. Justo habíamos hecho un video con Mercado Negro el sábado anterior, así que estaba todo acá. Un mes buscamos los instrumentos por internet, pero nada. Ninguno encontramos. Esa fue una de las veces que replanteamos todo de vuelta. Me acuerdo de que me senté en un sillón y le dije a él: ‘No puedo más, no sigo más’. Estaba cagado a palos. Nunca pudimos recuperar nada”. Pero siempre aparece gente amiga. Ramiro cuenta que fue a Musical Norte: “Eduardo, ya falleció pobre, lamentando lo que había pasado me dijo: ‘Agarrate la guitarra que quieras y después arreglamos’. De esa salimos con más fuerza”.

Las clases alcanzan a todas las edades. Para menores de diez años hay talleres musicales hasta que deciden qué instrumento les gusta y pueden tener la paciencia de estar una hora con un profesor mano a mano. De ahí la cuenta sube hasta los 60 o 70 años.

-Cuando se acercan, ¿qué expectativas traen los futuros estudiantes? ¿Todos quieren ser artistas o mucha deuda pendiente con la música?

- R. R: Hay de todo. Tuvimos una alumna que empezó de chiquita. Ahora está en Miami con Zeta Bosio, pero desde chiquita ella sabía que quería ser artista y no paró nunca. Era sola con su mamá y decidieron largar todo acá y ver qué pasaba allá. Otros vienen y arrancan con varios instrumentos y ahí te das cuenta de que esos quieren ser músicos. Martín, por ejemplo, juega al rugby y viene a guitarra
porque es su asignatura pendiente.

- CH. R: Otros vienen como hobby, otros quieren ser artistas, para otros es terapéutico. Hay mucho agente que viene porque la música les hace bien. También hay mucha asignatura pendiente, es cierto, y hay casos donde son todos amigos y cada uno empieza un instrumento distinto. O acá se hacen amigos de otros tantos que están en la misma situación.

Cada respuesta viene siempre acompañada con anécdotas, con temas musicales o artistas y, sobre todo, experiencias y nombres de los estudiantes. Podría decir que los sonidos y ellos, aun en su ausencia, sostienen todo ese instituto.

El Instituto Romairone, dos veces al año, hace una muestra en el Teatro Colón. “Esa es nuestra tarjeta de presentación”, se apura a decir Chicho. Entonces Ramiro apunta, “Mucha gente, cuando viene a anotar a sus hijos, pregunta si tocan con otros. Porque si van a profes particulares, siempre tocan solos. Bueno, acá no. Ven en las redas que tocan juntos y eso los entusiasma. Nos preparamos para esas presentaciones, se hacen ensambles y ensayos. Se conocen entre ellos, tocan juntos, toman mate, se combinan, es increíble lo que se vive en esos días acá (y señala el escenario y el patio)”.

El tema de las nuevas tecnologías y la nueva música fue parte de la charla. Casi sin mediar preguntas, las posturas se mostraron. Chicho manifiesta: “Está bien que usen el auto-tune o se graben con máquinas, pero acá no se deja de escuchar a Charly o al Flaco. Así como se trabaja también con la música que escuchan ellos también”.

- Me da la sensación de que, al final, por una cosa o la otra llegan siempre a eso...

- R. R: Totalmente. Todo pega la vuelta siempre. Yo ahora estoy produciendo y tocando con Fermín Baglieto, el hijo más chico de Juan Carlos. Ellos usan para grabar auto-tune, pero no lo usan porque desafinen, lo usan para sacar un sonido más moderno. El otro día los fui a ver con una Big Band y sin máquinas se cantan todo. Pero lo usan para sacar un sonido más moderno, solo eso. Tienen en la cabeza algo muy moderno, pero siempre terminan agarrando algo de más atrás y esa combinación suele dejar, a veces, algo muy interesante.

- ¿Qué es lo primero que notan cuando se presenta un estudiante nuevo?

- CH.R.: Los nervios. Entonces ahí empieza nuestro trabajo. Conversar, ver qué escucha, qué le gusta...

- R.R.: También las personalidades. En esa primera entrevista se ve mucho de ellos. Al tímido lo tenemos que hacer sentir cómodo, bien. Después, que se copen con la música, que se copen aprendiendo música.

- Todo proceso de aprendizaje es complejo. ¿Es difícil para ustedes hacerlo placentero?

- CH.R.: Tiene que ser placentero. Si no es así se van. Si sufren en el aprendizaje no pueden seguir.

- R.R.: Nosotros tenemos que tratar de ir tranquilos para ver hasta dónde quieren ir ellos. Entonces, nosotros acompañamos. Si vemos que cuesta tenemos que acompañar de otra manera, por eso son individuales las clases. En algún momento, con una gran cantidad de alumnos, tuvimos que decidir sobre abrir alguna sede más o seguir bajo este formato más íntimo. Si pensábamos en la guita, abríamos otra, pero acá estamos. Preferimos la calidad antes que la cantidad. 

Suena Eric Clapton. Me mira fijo desde el cuadro un David Bowie en todo su esplendor. El mate circula y la batería espera sobre el escenario. Es el mediodía, pero nada de lo que se da en el exterior se escucha. Ya ha sido suficiente. “La música comienza donde las palabras acaban. ¿Qué ocurre cuando la música cesa? El silencio. Todas las demás artes aspiran a la condición de la música. ¿A qué aspira la música? Al silencio”, dice Julian Barnes en su cuento El silencio. Pero acá no triunfa. No le damos lugar. El itinerario por bares, música, artistas y países nos ha llevado gran parte del tiempo. Pero todo ha sido provechoso y armónico. Salgo enriquecido, como todo el que pasa por ahí (y de eso estoy seguro).

- Díganme tres constantes de este instituto. Tres constantes que los acompañan desde el principio...

Aparecen varias cosas. Mientras buscan en la memoria, me repiten que Charly y Spinetta están desde siempre. Es la música que crea música. Chicho responde: “Es un instrumento. Una guitarra criolla. Recién la vi ahí arriba mientras te mostraba el lugar. Me acuerdo de que el día que abrí la escuela, el primer día, teníamos todo y venía un alumno a estudiar guitarra. El profesor tenía la suya, pero no había
para el alumno. Corrí hasta Musical Norte, otra vez, y le digo a Pascual: ‘Loco, abrí la escuela y no tengo guitarra, necesito una criolla’. Me dio una y me dijo: ‘Llevate esa y después arreglamos’”. Siempre nos acompañó buena gente. Ramiro suma el resto: “¿Sabés que está desde el principio y tiene un rocanrol bárbaro? La pava para el mate. Esa pava nos acompañó desde siempre. A veces, algunos de las chicas se la llevaban para sacarle un poco el sarro que tenía”.

- Lo último. Dicen que las palabras crean mundos, ¿qué crea la música y este espacio?

- R.R.: Creo que un mundo también. O podría decir mejor una comunidad de gente que está en la misma búsqueda.

- CH. R: Totalmente de acuerdo. La música comparte y se comparte con otros.