La Restinga de Punta Mogotes y el recuerdo trágico de cinco naufragios con un mismo protagonista

La restinga de Punta Mogotes se cobró cinco naufragios en poco más de diez años. Más allá del lugar coincidente, la característica que une a estos hechos es que, frente al Faro de Punta Mogotes, se encontraba el capitán Fernando Müller. Un personaje al que le gustaba contar historias de mar en confiterías y clubes y vestía con una flor en el ojal.

Cinco fueron los naufragios que, en algo más de diez años, se cobró la Restinga de Punta Mogotes.

8 de Junio de 2025 08:57

Dicen que el mar tiene memoria y que, en ciertos lugares, las olas reclaman lo que sea con una furia incontenible. Frente a Punta Mogotes, al sur de Mar del Plata, se formó una restinga que, en su momento, atrapó embarcaciones desprevenidas: cinco fueron los naufragios que, en algo más de diez años, se cobraron aquellas aguas y aquella elevación de arena hundida. Quizás por ese contexto, los naufragios en Punta Mogotes tienen un aire de leyenda, misterio y heroísmo, aunque las crónicas oficiales hablen de accidentes, errores de navegación o tormentas inesperadas.

Cinco barcos, cinco tragedias, cinco historias entrelazadas por el mismo destino y por una misma persona: el capitán Fernando Müller, el encargado del Faro de Punta Mogotes en aquel tiempo. Un personaje a quien le gustaba contar historias del mar y vestía de levita gris con una flor en el ojal.

El primer naufragio: el vapor Tanis

Era una noche de julio de 1901 cuando el Tanis, un vapor alemán de la Kosmos Line, quedó atrapado en la restinga. Su capitán, C. May, observó con impotencia cómo la embarcación cedía ante el poder del océano. La carga de minerales, yodo y cobre se hundía poco a poco, mientras la tripulación, disciplinada y serena, lograba evacuar a los pocos pasajeros que los acompañaban. Todos llegaron a tierra agradeciendo la hospitalidad de las autoridades y la ayuda incansable del capitán Müller, encargado del faro.

El Faro de Punta Mogotes visto desde la propia Restinga.

Lady Lewis y el orgullo de su capitán

El 4 de abril de 1906, el Lady Lewis, un buque inglés cargado de trigo con destino a Barcelona, quedó atrapado en los escollos. Su capitán, E. Daniel, en un acto de soberbia, rechazó inicialmente toda ayuda, seguro de que su agente en Buenos Aires lo socorrería. Pero el mar no espera. Finalmente, el Ministerio de Marina envió al remolcador Fueguino, que logró evacuar parte de la tripulación antes de que el navío se rindiera ante las olas.

La turbulencia del Wangard

El Wangard, otro vapor alemán, sucumbió el 10 de enero de 1909. Su tripulación, compuesta por chinos, escandinavos, ingleses y alemanes, reaccionó con violencia y desesperación ante el desastre. Los gritos de ira y pánico resonaban sobre la cubierta mientras el oleaje golpeaba el casco. El capitán Müller y su dotación intervinieron restaurando el orden y asegurando que todos descendieran a tierra antes de que el buque terminara de quedar anclado sobre la restinga.

Así se veía el faro de Punta Mogotes por esa época.

Holmeside y la sombra de la tormenta

El 26 de agosto de 1913, el Holmeside, un buque inglés de la empresa Pyman, quedó atrapado en las traicioneras aguas frente al faro de Punta Mogotes. Su capitán, W. N. Long, observó con gravedad lo que consideró el accidente más serio que su compañía había enfrentado. El cargamento de carbón mineral que llevaba desde Newport con destino al Puerto Militar parecía irrelevante frente a la magnitud del desastre. Las autoridades no tardaron en reaccionar: el Ministerio de Marina envió al transporte Vicente Fidel López para evacuar a la tripulación y salvar lo que pudiera rescatarse del navío. Sin embargo, el mar no daría tregua. Con la llegada del mes siguiente, una furiosa tormenta golpeó las costas de Mar del Plata sellando el destino del Holmeside. Lo que antes era una situación crítica se convirtió en una condena definitiva. Las olas, implacables, desmembraron la embarcación poco a poco, hasta que el casco cedió por completo.

Mendoza: la niebla traicionera

El Mendoza, un vapor argentino, navegaba confiado bajo una densa niebla la mañana del 10 de julio de 1914. No hubo advertencias, no hubo señales hasta que el casco crujió sobre la restinga. El capitán Emil Polhmann y sus tripulantes se movilizaron con rapidez, pero fue el vaporcito Mar del Plata quien logró el milagro: bajo condiciones infernales, rescataron a los pasajeros y los alojaron temporalmente en el Hotel Mar del Plata. La niebla se disipó con el amanecer, dejando tras de sí la silueta rota del Mendoza sobre las rocas.

El vapor Mendoza encallado frente al Faro de Punta Mogotes era visitado por vecinos.

Uno de los náufragos del vapor contó a la revista Caras y Caretas el siguiente testimonio sobre la vivencia aquella noche del 10 de julio:

“La noche del 10 comenzó sumamente fatal para los navegantes en aquellas costas. Una densa niebla impedía conocer el rumbo y el mar estaba agitado. El capitán del Mendoza no dejó su puesto un instante, como si algo aguardase. Buscaba el faro de Punta Mogotes cuando un estremecimiento del buque nos puso en alarma. Habíamos encallado sin saber dónde. El pasaje se alborotó. Hombres no acostumbrados a las cosas del mar, los viajeros mostraron su poca serenidad de forma airada. Las mujeres que llevábamos a bordo lloraban tristemente. Fue preciso que el jefe del barco se armase de gran energía para calmar aquella tormenta de miedos e inquietudes humanas. Pudo aminorar la desconfianza y se cenó con relativa tranquilidad. Al concluir la cena, cundió una voz de alarma. Todos corrimos. Acababa de abrirse una vía de agua en la bodega y era urgente apagar las máquinas. Apenas se había cumplido esta orden del capitán, el agua invadió la parte inferior del buque, cuya posición se iba agravando. Cuando llegó el Mar del Plata, tuvimos que transbordar a pulso. Y al abandonar el Mendoza, habíamos salvado hasta la última cuchara de nuestro servicio, no así el cargamento de algodón que tenía en las bodegas. Ya en tierra, todos volvimos la mirada hacia el mar, que horas antes nos había parecido un inmenso sepulcro abierto a nuestros pies… Hasta ese instante, nadie creyó que acabábamos de pasar sin novedad un gran riesgo, y al mirarse unos a otros, los viajeros parecían interrogarse con los ojos, buscando un gesto o una señal que revelase la tranquilidad que por espacio de tantas horas había faltado.”

El guardián de los náufragos

Fernando Müller, el cuarto jefe en la historia del faro de Punta Mogotes, no fue solo un encargado más de luces y señales. Dejó una huella y un legado importante en la historia de aquel Faro marplatense.

Capitán de la marina mercante, de ahí su rango, Müller llegó a Punta Mogotes en septiembre de 1894 tras desempeñar funciones en el lejano y solitario faro de Punta Médanos, al sur de Mar de Ajó. Desde el momento en que asumió su puesto, su figura comenzó a darse a conocer entre relatos de navegantes y naufragios. Compartía la vigilancia desde el faro con una pequeña dotación de torreros y marineros.

De ojos celestes y carácter amigable y conversador, se lo recuerda con su levita gris, su cadena de reloj de bolsillo, su bastón con estoque y, siempre, una flor roja en el ojal. Se trasladaba por la ciudad en americana de caballos blancos.

Pasaba largas horas, sobre todo nocturnas, en las confiterías o en los clubes narrando sus historias. Llegó a decir en una entrevista a la revista Fray Mocho que: "He dado cinco vueltas al mundo, conozco quince idiomas y canto todos los himnos, hasta los de las islas más remotas de Oceanía".

De las pocas imágenes que se conocen del Capitán Muller.

El capitán Müller fue testigo y protagonista de cinco naufragios en la peligrosa restinga de Punta Mogotes, y en cada uno de ellos demostró un coraje y una solidaridad dignos de reconocimiento por parte de las tripulaciones y pasajeros rescatados.

Sin embargo, el final del capitán no fue digno de sus proezas, y sí, quizás, de su “historia literaria” de vida. Esta, que había sido un conjunto de viajes, rescates y noches de relatos interminables, terminó sumida en la pobreza y el abandono. Su salud se deterioró y la enfermedad avanzó sin tregua. Dicen que quiso estar presente en el faro durante una inspección de autoridades, pero su cuerpo ya no le respondía. La fecha de su muerte es incierta: algunos registros la indican el 30 de septiembre de 1916 y otros en diciembre de 1917. Sí coinciden en el lugar, una casa ubicada en San Juan 2158 (hoy Hipólito Yrigoyen), y en que no tenía recursos, por lo que el Ministerio de Marina decidió hacerse cargo de su entierro.

El mar, con su furia inmutable y su memoria infinita, ha desgarrado barcos y vidas en las aguas de Punta Mogotes, pero también ha mostrado figuras como la del capitán Müller.